Al rico lexatín

medi

Mañana vuelvo a trabajar tras dos semanas de vacaciones. Dos semanas en las que me he dado cuenta del absurdo y frenético ritmo de vida en el que vivo. En el que vivimos. En el que sobrevivimos en este nuestro país de nunca jamás… la conciliación. Nos dejamos la piel por cuadrar las agendas. Por dejar a los niños en el colegio y encontrar la forma de recogerles. Por llegar a tiempo con la sandwichera de la merienda repleta de saludables manjares que mutan en emparedados de Rodilla cada vez que el cronómetro nos la juega.

Estas dos semanas me han servido para confirmar que no estamos locas. Ni locos. Que sin la soga de nuestras obligaciones diarias asfixiándonos lentamente somos otras personas. Personas que ríen, que juegan, que no gritan. ¡Que comen! Que no se aferran al lexatín -o la cerveza- para encarar el match point diario del parque, el baño, la cena y el cuento tras haber superado el enésimo día de recortes en el curro.

Asi que mientras saboreo mis últimas horas de paz antes de volver a empezar a perder kilos con mi rutina diaria me propongo jugar la prórroga de este placentero estado… cueste lo que cueste. ¿Cómo? Ni idea. Pero acepto sugerencias. La primera, la de mi amiga Maribel González: meditar. Dedicarme 10 minutos al día para desconectar. Parar frenar. No sé si lo lograré, pero lo intentaré. Eso y comer, descansar… Y…

Continuará…

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